jueves, 20 de octubre de 2016

El espantapájaros de buen corazón

Cómo estamos en otoño, hemos leído en clase de religión, la historia de este generoso espantapájaros que es capaz de dar su vida por ayudar a los demás:

Un labrador muy avaro, que vivía en un lejano pueblo, era famoso por su avaricia. Ésta era tal que, cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía tan furioso que se pasaba el día oteando su huerto para que nadie lo tocara.
Tanto pensó en la amenaza de los pájaros que al fin concibió una idea: construir un espantapájaros que le ayudara eficazmente  en el cuidado del huerto.

Con tres cañas hizo los brazos y las piernas, con paja configuró el cuerpo, una calabaza le sirvió de cabeza, dos granos de maíz para los ojos, una fresca zanahoria conformaba su nariz, y una hilera de granos de trigo componía su dentadura.

Cuando el cuerpo del espantapájaros estuvo a punto, le colocó un ropaje poco atractivo y lo hincó en la tierra. Le echó una mirada escrutadora y se percató de que le faltaba un corazón. Cogió el fruto más dulce del peral y se lo colocó en el pecho.

El espantapájaros quedó en el huerto, sometido al movimiento caprichoso del viento. Sin tardar mucho, un gorrión necesitado sobrevolaba muy bajito para buscar trigo en el huerto. El espantapájaros quiso cumplir con su oficio  y trató de ahuyentarlo con sus movimientos, pero el pájaro se colocó en el árbol y dijo:
―¡Qué buen trigo tienes. Dame algo para mis hijos!
―No es posible ―dijo el espantapájaros. Sin embargo, buscó una solución y la encontró: le ofreció sus dientes de trigo.
El gorrión, contento y conmovido, recogió los granos de trigo. El espantapájaros quedó satisfecho de su acción, aunque sin dientes.

A los pocos días, entró en el huerto un nuevo visitante muy interesado. Esta vez se trataba de un conejo. ¡Con qué ojos miró la zanahoria! El espantapájaros quiso cumplir con su deber de ahuyentarlo, pero el conejo, fijando su mirada en él, dijo:
—Quiero una zanahoria: tengo hambre.
El espantapájaros tuvo una corazonada y le ofreció su zanahoria. Luego dio rienda suelta a su alegría y quiso entonar una canción, pero no tenía boca ni nariz para cantarla.

Una mañana apareció el gallo madrugador, lanzando al aire su alegre quiquiriquí. Acto seguido, le dijo:
―Voy a prohibir a la gallina que alimente con sus huevos el estómago y la avaricia del amo, pues él les da poco de comer.
No le pareció bien al espantapájaros la decisión del gallo y le mandó que cogiera sus ojos, formados por granos de maíz.
―Bien ―dijo el gallo, y se fue agradecido.

A la hora del crepúsculo, oyó una voz humana. Era de un trabajador de la finca que había sido despedido por el labrador.
―Ahora soy un vagabundo —le dijo.
―Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte.
―¡Oh gracias, espantapájaros!
Ese mismo día, un poco más tarde, oyó  llorar a un niño que buscaba comida para su madre. El dueño de la huerta la había despedido, sin atender a su necesidad.
―Hermano―exclamó el espantapájaros―, te doy mi cabeza, que es una hermosa calabaza.

Al amanecer, el labrador fue al huerto y, cuando vio el estado en que había quedado el espantapájaros, se enfadó tanto que le prendió fuego. Al caer al suelo su corazón de pera, el labrador, riéndose, dijo:
―Esto me lo como yo.
Pero, al morder, experimentó un cambio: su corazón de piedra se convirtió en un corazón de carne.
En adelante, el huerto del labrador se convirtió en un vergel donde todos pudieron vivir felices



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